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jueves, 25 de febrero de 2016

Señor, enséñanos a orar.




“SEÑOR ENSÉÑANOS A ORAR”

San Lucas 11:1 “Aconteció que estaba Jesús orando en un lugar, y cuando termino, uno de sus discípulos le dijo: Señor, enséñanos a orar.”
“Señor enséñanos a orar”. Sí, a orar. Esto es lo que necesitamos que nos enseñen. Aunque en sus comienzos, la oración es tan simple que aun el niño más débil puede orar, al mismo tiempo es la tarea más alta y más santa hacia la cual el hombre puede elevarse. Es la comunión con el Invisible y el más Santo. Los poderes del mundo eterno han sido puestos a su disposición. Es la misma esencia de la religión verdadera, el canal de todas las bendiciones, el secreto  de todo poder y toda vida.

Los discípulos habían estado con Cristo, y lo habían visto orar. Ellos habían empezado a entender algo de la relación entre Su maravillosa vida en público, y Su vida secreta de oración. Habían aprendido a creer en ÉL, como en un Maestro en el arte de la oración –nadie podía orar como Él. Y por eso vinieron a Él con la petición, “Señor Enséñanos a orar”. Y después de años ellos nos dirían que habían algunas pocas cosas que Él les habría enseñado, más maravillosas o bendecidas que sus lecciones sobre la oración.

En la Palabra, podemos ver que Jesucristo está intercediendo en oración por todos sus discípulos, por esos es nuestra necesidad de repetir la misma petición, “Señor enséñanos a orar”. Cuando crecemos en la vida cristiana, el pensamiento y la fe del Maestro amado en su intercesión infalible llegan a ser más preciosos, y la esperanza de ser más como Cristo en su intercesión gana atractivo antes desconocido. Y cuando lo vemos orar, y recordamos que no hay nadie que pueda orar como Él, y nadie que pueda enseñar como Él, sentimos que la petición de los discípulos es justo lo que necesitamos.

Es en la oración que la promesa espera su cumplimiento. Que el reino espera su venida y que la gloria de Dios espera su total revelación. Y para esta obra bendita, cuan perezosos e incapaces somos. Solo el Espíritu Santo de Dios puede capacitarnos para hacerlo correctamente.

Jesús ha abierto una escuela,  en el cual Él mismo entrena a sus redimidos, especialmente a quienes lo desean, para tener poder en la oración. ¿No entraríamos en ella con la petición, ¡Señor, esto es precisamente lo que necesitamos aprender!?

Señor, enséñanos a orar”. Sí, ahora sentimos la necesidad de ser enseñados a orar. Al principio, ninguna obra parece tan simple, pero después, nada es más difícil: Y nuestra confesión es forzada. No sabemos orar como debiéramos.


¿No es justo lo que necesitamos, pedirle al Maestro que nos dé durante un mes, un curso de lecciones especiales sobre el arte de la oración?  Sí, con mucho gozo digamos, aunque seamos ignorantes y débiles, “Señor enséñanos a orar”
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